El beato Jesús Hita, marianista

Presentación: Cualquiera que sea nuestra base temperamental y psicológica, la santidad es posible. Los tres mártires marianistas de Ciudad Real, beatificados por Juan Pablo II, son absolutamente diferentes entre sí en su carácter y manera de ser. Pero los tres supieron, fieles a su vocación y a las circunstancias que les tocó vivir, llegar a la meta de la santidad, coronada además por la gracia del martirio. Carlos Eraña es la sencillez, la armonía, el equilibrio; ecuánime y tenaz, nunca pierde la calma y, dondequiera que va, lleva la paz. «¡Este hombre no tiene defectos - exclamaba el padre Macca, primer relator de la causa de beatificación en la Congregación vaticana para los santos -, se le podría canonizar por el procedimiento ordinario de las virtudes heroicas!» Fidel Fuidio es el vitalismo, el entusiasmo, la exuberancia; impulsivo, alegre y comunicativo. A Jesús Hita le tocó una base temperamental más difícil. Es impresionable, inseguro, susceptible, nervioso; con una mezcla de tozudez y docilidad; excesivamente detallista, tiende al perfeccionismo; pero es sinceramente piadoso, abnegado, servicial; lleno de buena voluntad, aspira con toda su alma «a ser santo y a ser útil»; aspira a la santidad escondida en Dios. Cuando lo llevaban al suplicio, concretamente a Roma para ser echado a las fieras, san Ignacio de Antioquía, allá al principio del siglo II, escribe en una carta a los cristianos de Roma: «Lo que necesita el cristianismo cuando es odiado por el mundo no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma». Los beatos Carlos, Fidel y Jesús, fieles a la tradición de veinte siglos de cristianismo, estuvieron a la altura de sus muchos predecesores: tuvieron grandeza de alma.